
“La semilla del fruto sagrado”: El cine como acto de resistencia
Redacción | V+ Noticias
Ciudad de México. “No se habla de política en la mesa” es una frase que suele escucharse en hogares donde las diferencias ideológicas amenazan con encender discusiones acaloradas. Pero para el cineasta iraní Mohammad Rasoulof, cuyo trabajo le ha costado enfrentamientos con el régimen teocrático de su país, esa aseveración debe sonar ingenua. Su más reciente película, La semilla del fruto sagrado (The Seed of the Sacred Fig), es una prueba de que la política no solo se cuela en la mesa familiar, sino que puede desgarrarla desde adentro.
La cinta, que compite por el Oscar a Mejor Película Internacional 2025 y ya está en salas mexicanas con distribución de Cine Caníbal, llega precedida por un contexto turbulento. Rasoulof tuvo que filmarla en secreto, huir de Irán para poder presentarla en el Festival de Cannes y enfrentar la detención de dos de sus protagonistas. La historia se desarrolla en el marco de la muerte de Mahsa Amini en 2022 y las protestas que le siguieron, mostrando cómo la represión política no solo aplasta a los opositores en las calles, sino que corroe los cimientos de la vida cotidiana.




La trama sigue a Iman (Missagh Zareh), un abogado íntegro que es promovido a juez investigador de la corte revolucionaria de Teherán. Su ascenso promete estabilidad para su esposa Najmeh (Soheila Golestani) y sus hijas, Rezvan (Mahsa Rostami) y Sana (Setareh Maleki). Sin embargo, la familia comienza a resquebrajarse cuando él descubre que su nuevo cargo no es un reconocimiento a su ética, sino un mecanismo para convertirlo en un engranaje más de la maquinaria represiva. A medida que las protestas en las calles se intensifican y la pistola que le fue asignada desaparece misteriosamente de su hogar, el miedo, la paranoia y la presión gubernamental lo van transformando.

Aunque la desaparición del arma es clave en la historia, Rasoulof la usa como un pretexto narrativo: un MacGuffin que detona el deterioro de la familia y expone las contradicciones entre la esfera privada y la pública, entre el sometimiento y la resistencia. Con recursos limitados debido a la censura en Irán, el cineasta convierte los espacios cerrados en escenarios de opresión y desafío. En casa, la madre y las hijas gozan de una relativa libertad, sin hijabs y con la posibilidad de dialogar abiertamente. Pero una puerta abierta o una llamada telefónica bastan para que el autoritarismo se infiltre.
Going global with this year’s nominees for International Feature Film. #Oscars pic.twitter.com/VaDWpHjiM8
— The Academy (@TheAcademy) January 23, 2025
Las imágenes de protestas reales, integradas sutilmente a través de los celulares de los personajes, refuerzan la tensión entre el interior doméstico y el caos exterior. Rasoulof, como en su cine previo, filma con una cámara mayormente estática, generando una sensación de vigilancia constante. Solo cuando el conflicto se desborda, la cámara empieza a moverse, reflejando el colapso de la estructura familiar.

Si bien el desenlace de la película puede intuirse dada la postura crítica del director, su mensaje no pierde fuerza: ante el autoritarismo, el único camino es la resistencia. La semilla del fruto sagrado no solo es un retrato de una familia en crisis, sino un grito de protesta en sí mismo. En un contexto donde el cine iraní sigue siendo censurado y sus creadores perseguidos, la existencia de esta película es, en sí misma, un acto de valentía.

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